sábado, 22 de noviembre de 2008

Ignacio Ibarrola: una vida sobre ruedas


  • “La vida es una comedia y una de las cosas más valiosas que hay, es la risa”, declara el maestro Ignacio Ibarrola, quien padece Síndrome Post-Polio
  • Con 58 años de edad, disfruta de una vida plena en compañía de su familia y sus alumnos. Relata en entrevista sus ideas, amores y tragedias

Texto y fotos: Eduardo Julián López Espinosa. eduardolespinosa@yahoo.com.mx

“Lo más importante en la vida es vivirla”, dijo el profesor Ignacio Ibarrola para sintetizar su visión del mundo. Con más de treinta años de experiencia en la enseñanza profesional del idioma inglés, es un hombre de vida común, con un trabajo, esposa e hijos; salvo por un pequeño detalle: jamás ha caminado.

A la temprana edad de nueve meses, Ignacio sufrió los estragos de la polio, virus que llegó hasta su médula espinal e inmovilizó todo su cuerpo. A partir de entonces, el destino le tuvo preparado un plan muy distinto al que sus padres imaginaron. Hoy, con 58 años de edad, Ignacio es un profundo amante de la vida.

“Tú no sales a buscar el destino, el destino te viene a buscar a ti”, manifestó en su filosofía, a la que él llama “fatalista”, mientras que, sentado en su silla de ruedas, sostenía en la mano un ejemplar de su propio método de enseñanza del idioma inglés, registrado bajo derechos de autor.

El mundo tras la ventana

Ignacio Alberto Ibarrola Calleja nació en la Ciudad de México el 7 de agosto de 1950, en el seno de una familia de clase media. Fue el menor de tres hermanos y, debido al Síndrome Post-Polio, SSP, durante sus primeros años pudo salir poco de su hogar en la colonia Centro.

Fue un niño despierto y activo, interesado por el mundo detrás de la ventana. “Mi papá me compró una enciclopedia, muy bonita. Me gustaba mucho leer. La mejor forma de viajar es leer, la mejor forma de conocer es leer; pero siempre y cuando entiendas lo que estás leyendo. Mi mundo nunca fue pequeño”, contó.

Su madre, María de la Luz Calleja de Ibarrola, fue un ama de casa entregada al hogar y a la crianza. Desde pequeño, impulsó a Ignacio para salir adelante y encarar las adversidades.

“Nunca me cobijó más de lo que debía, no me consintió, que yo me acuerde, ni me abrazó, ni me besó, ni me dijo equis cosa, nunca. Pero ella me demostró un enorme gran amor de otras muchas maneras, mucho más profundas, más reales, más verídicas”.

Fue ella quien le ayudó a soportar las dolorosas cirugías reconstructivas que se le practicaron desde temprana edad. “Mi mamá me decía ‘no llores, porque si viene la enfermera, me corre, y no quiero que te quedes solo’. Entonces ese ‘no llores’ me enseñó a aguantar, a aguantar vara: soy resistente”.

José Ibarrola Martínez, su padre, fue un hombre de trabajo duro que transitó por varios empleos: gerente de hotel, distribuidor de material eléctrico y vendedor de abarrotes. Orgulloso de su familia única, siempre los alentó a estar juntos y unidos.

“Nos ponía el ejemplo del lápiz. Agarraba un lápiz y decía: ‘miren, un lápiz solo, se rompe’. Entonces agarraba cuatro o cinco lápices: ‘cuatro lápices no, ya cuesta mucho trabajo romperlos a la vez’ ”.

Vivió en un segundo piso en la calle de Belisario Domínguez y le fue imposible bajar escaleras. Estudió siempre en casa con profesores particulares y fue un tanto autodidacta. Logró obtener sus grados de primaria, secundaria y bachillerato. Hasta la juventud, sus familiares fueron su conexión con el exterior.

La alegría de su expresión facial y la tranquilidad del tono de su voz se fraguaron desde entonces. Nunca, afirmó, se sintió o creyó minusválido. Siempre optimista, fue capaz de sacar lo bueno de lo malo, de aprender y de apreciar la vida, incluso cuando la muerte llegó a verse cercana:

“Mi hermano estaba jugando con una pistola, de niños, una de a de veras, y un primo le había regalado varias balas. Entonces el tonto le metía una y veía si era el calibre y disparaba, hasta que lo hizo con una que sí era y sí disparó, pero la pistola se hizo hacia abajo. Si hubiese salido así (en línea horizontal), me daba”.

Las mujeres de Ignacio

Desde su madre hasta su esposa, la figura femenina fue de vital importancia en la vida de Ignacio. “Amo a mis hijos y he amado mujeres, he amado durísimo, afortunadamente he sabido lo que es el amor, esa entrega plena, absoluta, maravillosa”.

La primera en la larga lista fue su madre, de quien dijo haber aprendido a ser hombre ya que, voluntaria o involuntariamente, le forjó el carácter y le quitó el miedo a muchas cosas.

La segunda, su hermana Rocío, fue su confidente y narradora de lo que sucedía afuera. Cuando Ignacio tenía 14 años, ella se casó y se fue a vivir a Veracruz. “Entonces me quedé solo, mucho muy solo, me hizo falta”.

La maestra Gabriela, de quien se enamoró platónicamente, fue otra de ellas. Cálida y capaz, le ayudó a cursar la primaria, le consiguió libros y exámenes, y le enseñó mucho sobre la vida.

Después, en su juventud, descubrió el amor romántico y el sexo. Fue una época marcada por bellas damas, con quienes disfrutó pese al obstáculo de su condición y continuó su camino de aprendizaje. Prefirió e insistió en no mencionar nombres, pues aseguró que ello podía arruinar sus recuerdos.

Ignacio encendió un cigarro mientras relató su primer beso. Fue a los 17 años, escuchando You won’t see me de The Beatles, con una joven muy bella, pero muy egoísta, caprichosa y “mula”. Un tiempo después de iniciado el noviazgo, se enteró que ella se había casado con otro.

“Y esto es lo que yo aprendí: cuando supe que se había casado con otro yo dije ‘¡bendito sea Dios, me la quité de encima!’ Me faltó valor nada más por pensar que nadie se iba a fijar en mí. Mantenía yo una relación fea, pero sólo por la necesidad y el miedo a no tener una novia”.

Se mostró apasionado y sonriente al hablar del tema femenino. “Antes que nada soy hombre y me siento orgulloso de ser hombre, y creo que la confirmación de mi hombría es la mujer. El placer más grande que he tenido, como hombre, es ver el placer reflejado en la mujer, que yo le puedo causar”.

Cuando tenía 23 años vino otra joven, una niña de 15 con mucha más experiencia. Fue una relación intensa, justo a la medida exacta de sus fantasías. Con ella aprendió a fumar y a hacer el amor. Seis meses después, ella conoció a otro muchacho y se fue. Ignacio quedó devastado. Tardó años en recuperarse.

Tras la difícil ruptura le practicaron otra cirugía, la cual requirió cerca de ocho meses en cama. “Un operación de las piernas y huesos y todo […] y pues extrañándola, tronado, en un cuarto, nada más con mi papá y mi mamá y ellos haciendo su vida. Y pues el cigarro se convirtió en mi cuate, hasta la fecha”.

Después de mucho tiempo volvió a reírse, y fue cuando se dio cuenta de que lo ha superado. Vinieron muchas otras damas a su vida, todas ellas con su capítulo en la historia. La mujer “es un potro brioso, tú no sabes para dónde va a brincar, pero es un hermosísimo potro”, expresó.

Un día, una alumna comenzó a mostrar interés en él. Se le acercó paulatinamente y, a pesar de que él se resistía a andar con una clienta, comenzaron a salir. La estudiante se convirtió en su esposa, Graciela Xoconostle Merino, con quien lleva ya más de 25 años de matrimonio.

Rodando

Ignacio carece de movilidad en ambas piernas y sólo emplea la mano izquierda. Utiliza una silla de ruedas con motor eléctrico para desplazarse, y se le ve conduciéndola de su casa en la colonia Jardín Balbuena a su academia de inglés, Just English, a diez cuadras, en la que le esperan sus alumnos.

“Yo creo que cuando mis papás vieron al hijo como una especie de trapo, gran parte de sus sufrimiento debe haber sido: ‘¡¿qué va a ser de él?! ¡¿Qué va a ser de su vida?!’ No podemos jugar a dioses, a ver el futuro […] ‘Se va a hundir, se va a sumir, se va a ahogar’… ¡no! ¡Ni me ahogué ni me morí!”.

Para él, la vida es una comedia plagada de accidentes inevitables, de circunstancias a las que hay que adaptarse para ser feliz. Cometer errores y reír, son los ingredientes indispensables. “Mi niñez, mi juventud, fueron muy bonitas. Mi momento actual es muy bonito. Yo me siento un verdadero afortunado en la vida”.

Un día, su amigo Felipe le pidió ayuda para un examen de inglés. Logró aprobarlo y se corrió la voz. Pronto, muchas otras personas comenzaron a buscarlo para tomar clase y aquello que empezó en el comedor de su casa, hoy es una pequeña escuela, con una sucursal donde sus hijas son profesoras.

Jamás estudió ningún método o pedagogía. Sólo a un profesor le debe parte de lo que sabe: “yo estaba en la casa, mi papá quiso que yo aprendiera algo y se le ocurrió contratarme un maestro de inglés. De ese maestro aprendí todo… menos inglés […] Aprendí cómo ser maestro, porque todo lo que él hacía, yo no lo hago”.

Otro afortunado accidente fueron sus hijos. Cuando él tenía la seguridad de que por su condición no podría engendrar descendencia, llegó la sorpresa: once meses después de que a su esposa le extirparon un quiste de agua en la matriz, que le produjo infertilidad por muchos años, nació Graciela Valentina, su hija mayor.

“Mucha gente te dice: ‘¡ay, es la mayor felicidad y quién sabe qué!’ ¡No es cierto! ¡Que no te vengan con cuentos! Eso no es cierto. ¡No sabe uno ni qué onda! O sea, yo veía en la incubadora a la gordita, encueradita, bonita, chupándose el dedo […] y me daba gusto verla… ¡Pero eso de que mucha felicidad, no es cierto!”.

Ignacio es un hombre al que un catarro no le aleja de cumplir con su deber, al igual que lo fue su padre. Aunque los alumnos disminuyan, sigue siendo el único proveedor de la casa. “Hay que jalar hasta que se quiebre la riata”. Sus hijos, Graciela, Diana y Juan Ignacio, ya trabajan y han comenzado sus propias vidas.

“Me da miedo que mis hijos tengan una vida fea. Sí me interesa que vivan experiencias pero, obvio, no quiero que sufran enfermedades dolorosas o grandes desilusiones: lo que a mí me hizo sufrir”.

¿Y la felicidad?… ¡Siempre!

“Un sábado medio trágico, porque casi no hubo chamba, no vino nadie, iba yo rumbo a la casa y en un momento me detuve y prendí un cigarro y dije ‘¡qué bruto, qué padre! ¡Qué increíble! ¡Ya no tengo que quedar bien con nadie! ¡Ya no tengo que fingir con nadie ni actuar con nadie! En ese momento me sentí libre, ¡libre!”.

Ignacio tiene una filosofía que, al parecer, le sienta muy bien. No teme a la muerte, no padece enfermedades degenerativas, no cree en Dios ni en la amistad, no cambiaría nada de su vida y no piensa dejar de fumar. Su padre, quien jamás prendió un cigarro, murió de enfisema pulmonar por aspirar detergente en la tienda.

“La madrugada en que murió, lo veía yo, ya muerto, y estaba durmiendo. ¡Parecía un gran bebé dormido! Con un sueño profundo, una paz increíble, magnífica. Es la palabra exacta: ‘magnífica’. La muerte no es fea, la muerte es buena”.

Señaló al temor a la vida como la peor cosa que pueda haber en una persona. La indolencia, la indiferencia, la apatía, la cerrazón y el dogmatismo son sus irritantes. Le preocupa la soledad en la que vive el hombre moderno y la desorientación de los jóvenes, que no se aceptan a sí mimos y pretenden ser otras personas.

Como profesor, dijo que procura tratar a sus alumnos humanamente y se interesa por que aprendan lo más que se pueda. Hablarles en inglés desde la primera clase, como muchos maestros lo hacen, es a su criterio la mejor manera de confundirlos. Cree que para enseñar hay que saber y jamás burlarse de un alumno.

“En especial los mexicanos somos muy dados a inclinarnos hacia la persona que le creemos o le sabemos una debilidad, una desventaja, una minusvalía. Somos muy dados a pobretear […] Muchas personas que me conocen encuentran cierta simpatía en mí, por el hecho de que me encuentran aminorado”.

Considera a la compasión como una actitud, más que respetuosa, discriminatoria. Si platicase ahora con un niño que acabara de contraer la polio, no le aconsejaría ni le diría nada, ya que primero, dice, debe de aprender a vivir. El éxito, declaró, es aceptarse a sí mismo y tener congruencia entre lo que se piensa y lo que se hace.

“Si mañana puedo volver a besar unos labios, los voy a besar. Y si mañana puedo volver a tocar un cuerpo, lo toco. Y si mañana puedo tratar de ser muy feliz, lo voy a intentar; porque a lo mejor mañana es el último mañana. Entonces nada de que ‘¡ay no!’, cuidarse para los gusanos, no, ¡mejor para las manos!”.

Ignacio rió y apagó su cigarro.

Fuentes pasivas:

Vistrain Díaz, Sergio Augusto, “Panorama estadístico de la polio y el síndrome post-polio” [en línea]. Artículo de la Organización Mexicana para el Conocimiento de los Efectos Tardíos de la Polio, A. C., México, 2007. Dirección URL:

http://www.postpoliomexico.org/PolioYSppEnMexico.pdf [CONSULTADO 06/11/08, 03:50 hrs.]

“La poliomielitis. Datos y Cifras”, [en línea]. Artículo de la Organización Mundial de la Salud. Dirección URL: http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs114/es/. [consultado 06/11/08, 03:25 hrs.]

“La poliomielitis. Los últimos días que arruinó la vida de miles de niños”, [en línea]. Artículo de Fundación Planeta Sedna. Dirección URL: http://www.portalplanetasedna.com.ar/polio.htm [consultado 06/11/08, 04:00 hrs.]

“Vacuna antipoliomielítica. Lo que usted debe de saber”, [en línea]. Artículo. Dirección URL: http://www.immunize.org/vis/sp_pol00.pdf. [consultado 07/11/08, 03:00 hrs.]

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sorry for my bad english. Thank you so much for your good post. Your post helped me in my college assignment, If you can provide me more details please email me.

Anónimo dijo...

Conozco a Ognacio Ibarrola, el a diferencia de su unico maestro me enseño cosas voaliosas de la vida y, también ingles.

Enrique Roque dijo...

Nachito me enseño a ver la vida con optimismo, aprendí muchas cosas positivas, incluso a jugar pin pon y ademas inglés; Gracias por todo.