sábado, 3 de enero de 2009

EL TEATRO DE MOSCÚ EN AMÉRICA

Por Javier González Giocondarte@hotmail.com

  • El zar Fíodor y Los bajos fondos forman parte de su repertorio
  • “Hemos traído las obras que nos han pedido, y ninguna otra” declara Stanislavsky a su llegada.

En el año 1917 se desencadenó la Revolución Rusa de octubre. Los espectáculos fueron declarados gratuitos, y durante un año y medio las entradas no se vendían, se enviaban a los establecimientos oficiales y a las fábricas.

“Nos enfrentamos con espectadores completamente nuevos, de los cuales probablemente la mayoría no sólo no conocía nuestro Teatro, sino que quizá no conocía ninguno”, dice Konstantin Stanislavsky desconcertado.

Desde el comienzo tuvo problemas, “hubo que enseñar al espectador primitivo a sentarse tranquila y silenciosamente, a no entablar conversaciones, ocupar el asiento a tiempo, no fumar… quitarse los sombreros y gorras… no traer comidas, ni consumirlas en la sala”.

“Fueron tiempos difíciles”, en dos o tres ocasiones llegó al punto de verse en la necesidad de hacer correr el telón y dirigirse al público en nombre de los artistas para decirle que, “nos hallábamos en situación muy comprometida debido a la inconducta observada en la sala”.

Stanislavsky nació en Moscú, en el año de 1863. Fundador de la Sociedad de Arte y Literatura, el Teatro de Arte de Moscú y conocido por su sistema de actuación. Tuvimos la oportunidad de entrevistarlo, gracias a su visita a Nueva York, este enero de 1923.

“Mi primera aparición escénica fue en una casa de campo”. Recuerda Stanislavsky. Cuando solo era un niño de tres o cuatro años, “representaba el invierno” en un cuadro vivo de las cuatro estaciones. “Estaba sentado sin entender hacia dónde debía mirar”.

Ya entonces tenía la sensación de incomodidad por estar sin sentido en la escena, incluso hasta ahora, comenta. “Es lo que más temo en el escenario”.

Después encendieron una vela, escondida entre un ramaje, que representaba una hoguera y le pusieron en las manos un arbolito, “que yo aparentaba introducir en el fuego”.

- ¿Entiendes? Como si lo hicieras, pero no en realidad- le explicaron.

“¿Por qué simularlo, si puedo colocar en realidad el arbolito en el fuego?”, se preguntaba, el ahora reconocido director. Que siempre está activo, y al parecer, en constante repaso de sus técnicas.

“No habían alcanzado a levantar el telón… cuando yo ya había extendido la mano con el arbolito al fuego. Me parecía que ésta era una acción perfectamente natural y lógica”. Todos se alarmaron y empezaron a gritar. Lo llevaron hasta la habitación de los niños donde lloró.

En 1889, en la última obra de la primera temporada de la Sociedad de Arte y Literatura, “yo hacía el papel de Ferdinando en la tragedia de Schiller: pérfida y amor.” Y el papel de Luisa lo hacía María Perévozchikova, de nombre artístico Lílina.

“Resulta que estábamos enamorados entre nosotros y no lo sabíamos”. Comenta con simpatía, pero el público sí lo notó. “Nos besamos de un modo tan natural, y nuestro secreto se descubrió desde el escenario… En ese espectáculo actué menos con la técnica y más con la intuición”.

En primavera, al terminar la temporada, iniciaron su noviazgo, y el 5 de julio del mismo año se casaron.

En 1902, antes de la primera revolución, se hallaba afirmado el sentimiento de protesta. Stanislavsky interpretó al doctor Stockmann en una versión de Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen. Donde el protagonista desprecia a la muchedumbre, elogiando, en cambio, la individualidad.

“Pero el doctor Stockmann el alguien que protesta, que dice la verdad valerosamente, y ello fue suficiente para hacer de él un héroe político”. Cuenta Stanislavsky, por lo que la pieza se convirtió en favorita de público.

Después de la agresión, en 1902, a una manifestación de estudiantes, por parte de un grupo de cosacos en la plaza Kazánskaia, en Petesburgo. “Recuerdo que en la platea se veían sólo cabezas blancas. Debido a los tristes sucesos que se habían desarrollado durante la jornada”.

En el último acto, el doctor Stockmann “asaltado y arrasado” descubre la levita negra que vistió para asistir a una sesión pública. Al notar sobre la prenda un desgarrón, dice a su esposa: “Jamás uno debe ponerse un traje nuevo, cuando va a combatir por la libertad y la verdad”.

Los asistentes relacionaron la frase con los sucesos que habían tenido lugar en la plaza Kazánskaia, “donde, probablemente, se rompió más de un traje nuevo en nombre de la libertad y en el de la verdad”.

Después de estas palabras, en la sala se produjo tal explosión de aplausos, que se tuvo que interrumpir el espectáculo. “Algunos de los más exaltados saltaron de sus lugares y se precipitaron hacia las candilejas, extendiendo los brazos hacia mí”, comenta emocionado.

En 1905 el Teatro de Arte de Moscú había anunciado el estreno de una pieza de Gorki, los hijos del sol. Los espectadores congregados se hallaban a la espera de un escándalo prometido.

“Corrieron por la ciudad rumores respecto a que los elementos de extrema derecha, llamados centurias negras, que consideraban a Gorki como un enemigo de la patria, se disponían a asaltarnos durante el mismo espectáculo”. Comenta Stanislavsky.

“En el último acto de la obra, cuando a través de un cerco de la casa de los protagonistas irrumpe al escenario una muchedumbre de los figurantes, el público los confundió con los representantes de las verdaderas centurias negras que asaltarían el teatro”. Cuenta.

Alguien gritó desesperado en la sala y precipitadamente se bajó el telón. Cuando el público se convenció de que la muchedumbre escénica fue confundida con la turba reaccionaria de la calle, la pieza pudo continuar. “Aunque ya la sala se hallaba desocupada, en su mayor parte”.

En octubre de ese año dieron comienzo las huelgas, después de lo cual estalló la sublevación armada. El teatro fue cerrado temporalmente. Cesaron las descargas de fusilería, pero no se podía caminar por las calles después de las ocho de la noche.

Luego sobrevinieron los años de la catástrofe mundial, y principió la guerra de 1914.

En Moscú se percibía una elevación en la vida espiritual. “Los teatros trabajaban como nunca”. Se hizo representar toda una serie de piezas de espíritu patriótico. Todas fracasaban, una después de la otra, y no era de extrañar.

“¿Podía acaso competir una guerra hecha de cartones, con la auténtica que se sentía y percibía en las almas de las personas, en la calle, en las casas, y que tronaba destruyendo todo en el frente?”. Dice Stanislavsky, para él ésta se parecía más una caricatura, de la verdadera.

En una ocasión, durante los primeros meses después de la Revolución habló en forma “más hiriente que lo prudente”. La muchedumbre guardó silencio y escuchó con atención. “No sé cómo los espectadores pudieron comunicar lo que había pasado”.

Después de aquellos acontecimientos los nuevos espectadores llegaban a tiempo, dejaron de fumar, no traían consigo comidas, y cuando pasaba por los corredores del teatro los niños corrían adelante, metiéndose en todos los rincones y advirtiendo:

-¡Viene “él”!

Evidentemente, se trataba de aquél que les había hablado desde el proscenio, “en tono no muy amable la última vez. Y todo el mundo se apresuraba a quitarse el sombrero, obedeciendo a la costumbre imperante en la Casa del Arte”, finaliza Stanislavsky.


Fuentes pasivas.

Allen, David. Stanislavsky para principiantes. Era Naciente. Argentina. 1999.
Del rio, Eduardo “Rius”. Lenin para principiantes. Grijalbo. México. 1981.
Figues, Orlando. La revolución Rusa (1981-1924) La tragedia de un pueblo. Edhasa. España. 2001
Stanislavsky, Konstantin. El arte escénico. Siglo Veintiuno Editores. México. 2003
Stanislavsky, Konstantin. Mi vida en el Arte. Editorial Quetzal. Argentina. 1981.