sábado, 3 de enero de 2009

EL TEATRO DE MOSCÚ EN AMÉRICA

Por Javier González Giocondarte@hotmail.com

  • El zar Fíodor y Los bajos fondos forman parte de su repertorio
  • “Hemos traído las obras que nos han pedido, y ninguna otra” declara Stanislavsky a su llegada.

En el año 1917 se desencadenó la Revolución Rusa de octubre. Los espectáculos fueron declarados gratuitos, y durante un año y medio las entradas no se vendían, se enviaban a los establecimientos oficiales y a las fábricas.

“Nos enfrentamos con espectadores completamente nuevos, de los cuales probablemente la mayoría no sólo no conocía nuestro Teatro, sino que quizá no conocía ninguno”, dice Konstantin Stanislavsky desconcertado.

Desde el comienzo tuvo problemas, “hubo que enseñar al espectador primitivo a sentarse tranquila y silenciosamente, a no entablar conversaciones, ocupar el asiento a tiempo, no fumar… quitarse los sombreros y gorras… no traer comidas, ni consumirlas en la sala”.

“Fueron tiempos difíciles”, en dos o tres ocasiones llegó al punto de verse en la necesidad de hacer correr el telón y dirigirse al público en nombre de los artistas para decirle que, “nos hallábamos en situación muy comprometida debido a la inconducta observada en la sala”.

Stanislavsky nació en Moscú, en el año de 1863. Fundador de la Sociedad de Arte y Literatura, el Teatro de Arte de Moscú y conocido por su sistema de actuación. Tuvimos la oportunidad de entrevistarlo, gracias a su visita a Nueva York, este enero de 1923.

“Mi primera aparición escénica fue en una casa de campo”. Recuerda Stanislavsky. Cuando solo era un niño de tres o cuatro años, “representaba el invierno” en un cuadro vivo de las cuatro estaciones. “Estaba sentado sin entender hacia dónde debía mirar”.

Ya entonces tenía la sensación de incomodidad por estar sin sentido en la escena, incluso hasta ahora, comenta. “Es lo que más temo en el escenario”.

Después encendieron una vela, escondida entre un ramaje, que representaba una hoguera y le pusieron en las manos un arbolito, “que yo aparentaba introducir en el fuego”.

- ¿Entiendes? Como si lo hicieras, pero no en realidad- le explicaron.

“¿Por qué simularlo, si puedo colocar en realidad el arbolito en el fuego?”, se preguntaba, el ahora reconocido director. Que siempre está activo, y al parecer, en constante repaso de sus técnicas.

“No habían alcanzado a levantar el telón… cuando yo ya había extendido la mano con el arbolito al fuego. Me parecía que ésta era una acción perfectamente natural y lógica”. Todos se alarmaron y empezaron a gritar. Lo llevaron hasta la habitación de los niños donde lloró.

En 1889, en la última obra de la primera temporada de la Sociedad de Arte y Literatura, “yo hacía el papel de Ferdinando en la tragedia de Schiller: pérfida y amor.” Y el papel de Luisa lo hacía María Perévozchikova, de nombre artístico Lílina.

“Resulta que estábamos enamorados entre nosotros y no lo sabíamos”. Comenta con simpatía, pero el público sí lo notó. “Nos besamos de un modo tan natural, y nuestro secreto se descubrió desde el escenario… En ese espectáculo actué menos con la técnica y más con la intuición”.

En primavera, al terminar la temporada, iniciaron su noviazgo, y el 5 de julio del mismo año se casaron.

En 1902, antes de la primera revolución, se hallaba afirmado el sentimiento de protesta. Stanislavsky interpretó al doctor Stockmann en una versión de Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen. Donde el protagonista desprecia a la muchedumbre, elogiando, en cambio, la individualidad.

“Pero el doctor Stockmann el alguien que protesta, que dice la verdad valerosamente, y ello fue suficiente para hacer de él un héroe político”. Cuenta Stanislavsky, por lo que la pieza se convirtió en favorita de público.

Después de la agresión, en 1902, a una manifestación de estudiantes, por parte de un grupo de cosacos en la plaza Kazánskaia, en Petesburgo. “Recuerdo que en la platea se veían sólo cabezas blancas. Debido a los tristes sucesos que se habían desarrollado durante la jornada”.

En el último acto, el doctor Stockmann “asaltado y arrasado” descubre la levita negra que vistió para asistir a una sesión pública. Al notar sobre la prenda un desgarrón, dice a su esposa: “Jamás uno debe ponerse un traje nuevo, cuando va a combatir por la libertad y la verdad”.

Los asistentes relacionaron la frase con los sucesos que habían tenido lugar en la plaza Kazánskaia, “donde, probablemente, se rompió más de un traje nuevo en nombre de la libertad y en el de la verdad”.

Después de estas palabras, en la sala se produjo tal explosión de aplausos, que se tuvo que interrumpir el espectáculo. “Algunos de los más exaltados saltaron de sus lugares y se precipitaron hacia las candilejas, extendiendo los brazos hacia mí”, comenta emocionado.

En 1905 el Teatro de Arte de Moscú había anunciado el estreno de una pieza de Gorki, los hijos del sol. Los espectadores congregados se hallaban a la espera de un escándalo prometido.

“Corrieron por la ciudad rumores respecto a que los elementos de extrema derecha, llamados centurias negras, que consideraban a Gorki como un enemigo de la patria, se disponían a asaltarnos durante el mismo espectáculo”. Comenta Stanislavsky.

“En el último acto de la obra, cuando a través de un cerco de la casa de los protagonistas irrumpe al escenario una muchedumbre de los figurantes, el público los confundió con los representantes de las verdaderas centurias negras que asaltarían el teatro”. Cuenta.

Alguien gritó desesperado en la sala y precipitadamente se bajó el telón. Cuando el público se convenció de que la muchedumbre escénica fue confundida con la turba reaccionaria de la calle, la pieza pudo continuar. “Aunque ya la sala se hallaba desocupada, en su mayor parte”.

En octubre de ese año dieron comienzo las huelgas, después de lo cual estalló la sublevación armada. El teatro fue cerrado temporalmente. Cesaron las descargas de fusilería, pero no se podía caminar por las calles después de las ocho de la noche.

Luego sobrevinieron los años de la catástrofe mundial, y principió la guerra de 1914.

En Moscú se percibía una elevación en la vida espiritual. “Los teatros trabajaban como nunca”. Se hizo representar toda una serie de piezas de espíritu patriótico. Todas fracasaban, una después de la otra, y no era de extrañar.

“¿Podía acaso competir una guerra hecha de cartones, con la auténtica que se sentía y percibía en las almas de las personas, en la calle, en las casas, y que tronaba destruyendo todo en el frente?”. Dice Stanislavsky, para él ésta se parecía más una caricatura, de la verdadera.

En una ocasión, durante los primeros meses después de la Revolución habló en forma “más hiriente que lo prudente”. La muchedumbre guardó silencio y escuchó con atención. “No sé cómo los espectadores pudieron comunicar lo que había pasado”.

Después de aquellos acontecimientos los nuevos espectadores llegaban a tiempo, dejaron de fumar, no traían consigo comidas, y cuando pasaba por los corredores del teatro los niños corrían adelante, metiéndose en todos los rincones y advirtiendo:

-¡Viene “él”!

Evidentemente, se trataba de aquél que les había hablado desde el proscenio, “en tono no muy amable la última vez. Y todo el mundo se apresuraba a quitarse el sombrero, obedeciendo a la costumbre imperante en la Casa del Arte”, finaliza Stanislavsky.


Fuentes pasivas.

Allen, David. Stanislavsky para principiantes. Era Naciente. Argentina. 1999.
Del rio, Eduardo “Rius”. Lenin para principiantes. Grijalbo. México. 1981.
Figues, Orlando. La revolución Rusa (1981-1924) La tragedia de un pueblo. Edhasa. España. 2001
Stanislavsky, Konstantin. El arte escénico. Siglo Veintiuno Editores. México. 2003
Stanislavsky, Konstantin. Mi vida en el Arte. Editorial Quetzal. Argentina. 1981.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

LA VIDA DESPUÉS DE DOS INFARTOS CEREBRALES

Texto de Javier González Giocondarte@hotmail.com
Fotos por La Jarra Producciones Lajarra_producciones@yahoo.com.mx

  • "Nunca supimos lo que causó los dos infartos”
  • “La gente siempre piensa en ganar”
  • “Los demás caminan así sin pensarlo y yo aunque lo piense no puedo hacerlo bien”

Héctor Manuel
Sentado en la sala comenzó como un cosquilleo en la mano, pensó que se le dormía y la movió pero subió por el brazo y luego por todo el cuerpo. Intentó pararse y cayó. Su hermana no se dio cuenta de lo que pasó en el piso de abajo hasta que sus padres regresaron.

“Yo quería gritar pero no podía hablar, tenía todo el lado derecho paralizado, intenté pararme pero nada más logré arrastrarme unos centímetros y ahí me quedé tirado, no tenía de otra más que esperar”, cuenta Héctor Manuel Lujambio Valle

Recuerda que su perro le lamía la cara y lloraba. “Porque no podía hacer nada más el pobrecillo”, dice. Cuando llegaron sus papás “Al principio creyeron que estaba jugando… Después se dieron cuenta”, lo levantaron, revisaron y llevaron a la clínica 1 de Cuernavaca.

Ese fue el primero de dos infartos cerebrales que sufrió Héctor. El 25 de abril de 2001, cuando sólo tenía 12 años de edad.

HÉCTOR ANTES DE LOS INFARTOS

Nació el 2 marzo de 1989 en Tlalnepantla Estado de México hasta la tercera alarma. Su papá de 21 años y su mamá de 22 todavía estudiaban la carrera de Medicina cuando decidieron casarse y tres años después tener a su primer hijo. “Estuve en su graduación”, recuerda Héctor.

Vivió en Atizapan de Zaragoza en el Estado de México hasta los 3 años en la casa de sus abuelos paternos. Después, se cambiaron a Lomas estrella, con sus abuelitos maternos. A los 4 años nació su hermana con muchas dificultades, de 8 meses.

“Fue cuando le ofrecieron a mi papá un trabajo en Cuernavaca”, por lo que se fueron a vivir “por la entrada de Cuernavaca”, ahí conoció a su amigo José, entró al kínder y aprendió a leer; esto provocó en la primaria un problema al corregir a un maestro.

- Oiga maestro así no se escribe esa palabra.
- ¿Y tú cómo sabes?
- Porque mi mamá me dijo.
- ¿A sí?… ¿Y tú como te llamas?
- Héctor.
- Huy… que nombre tan raro.

El maestro se llama Otoniel, con él cursó 3 años de la primaria. A partir de segundo año se volvió rudo, “le pegué a un niño que me molestaba”. Al final de quinto se mudaron para Yautepec debido a que su papá comenzó a estudiar la especialidad.

Para entonces “Ya era un gandalla de lo peor, le pegaba a los niños y les quitaba sus cosas, era el niño malo de la escuela”. Ya en Yautepec empezó la adaptación en el nuevo grupo, su mamá ya trabajaba en Pullman de Morelos como doctora y su papá siempre trabajó en el Seguro Social.

Fue cuando ocurrieron los infartos. Para Héctor todo sucedió muy rápido, aunque en realidad pasaron muchas horas, él no sabía qué le pasaba. Cuando los doctores lo revisaban, él se sentía como un animalito bajo la lupa, aun no podía hablar.

EL SEGUNDO INFARTO

Estuvo en urgencias; después comenzó a recuperar el habla, pero con dificultades decía muchas veces la palabra “este”. “Yo sabía todo lo que quería decir, en mi cabeza pero no podía expresarlo, como que no estaban bien conectados los cables”.

Ese día lo trasladaron al Hospital Siglo XXI en el Distrito Federal. Recibió la visita de sus familiares. “Al tercer día, así como Jesús, salí como si nada hubiera sucedido, entero. Toda mi vida normal”, recuerda Héctor. No le dio importancia “porque ya estaba bien”

Después de las tomografías, los doctores aún no sabían qué le había pasado, “Sabían que tuve una parálisis pero no sabían por qué”. En las pruebas de coagulación y de golpes en la cabeza que realizaron no hubo nada que demostrara algún problema.

Seis meses después, en una fiesta “cuando quería acercarme a mis papás me ponía tenso pensaba que la gente me veía, empecé a caminar muy mal y a tensarme todo”, en ese momento sus padres se dieron cuenta de lo que pasaba y lo llevaron a urgencias.

“Ahí ya no la libré”. En Octubre de 2001 sufre un segundo infarto, esta vez con graves consecuencias. “quedé atrofiado del lado derecho, no podía realizar movimientos bien y pisaba con el filo del pie”.

Después de eso siguieron las terapias, aparatos ortopédicos, medicinas, visitas al neurólogo. “Mi mamá se peleó con el neurólogo porque quería que me hicieran una resonancia magnética”. Debido a que hasta ese momento los doctores no sabían qué había causado las dos parálisis.

El neurólogo del Hospital Siglo XXI opinaba que ya no había nada que hacer, él pensaba que la parálisis era causada por la migraña, debido a los antecedentes familiares de Héctor, pero gracias a una carta dirigida al director del hospital, se realizó la resonancia magnética.

La resonancia reveló que la causa de las parálisis se debía a que Héctor sufrió dos infartos cerebrales del tipo lacunar en el hemisferio izquierdo por lo que cambiaron de neurólogo. A la fecha Héctor no sabe qué provocó los infartos.

El problema vascular provocó que se murieran dos partes del cerebro que controlaban la movilidad del lado derecho de su cuerpo, cuando estas se atrofiaron, se rompió la conexión por lo que ya no pudo controlar la movilidad de su lado derecho.

El problema cerebral pasó a ser muscular debido a que los músculos se acostumbran a moverse de cierta manera, al no recibir las señales adecuadamente y moverse de manera diferente comenzó a tensarse el músculo y los tendones empezaron a jalar hacia el lado opuesto.

Para Héctor fue muy complicado, era un joven que se desempeñaba bien en la escuela, era bueno en los deportes, “Y de repente como que me quitaron una mitad de mí, se me hacia muy difícil, sentía muy feo porque la gente me volteaba a ver, era muy difícil”.

LAS CONSECUENCIAS

Una vez Héctor le preguntó a su madre:

-¿Por qué Dios me hace esto, qué le he hecho yo a Dios para que me hiciera esto?

Después de eso aumentó su interés por cosas espirituales, “las mitologías y religiones… después empecé a buscar cosas que me hicieron mucho mejor persona”.

“Fue en la secundaria cuando agarré la onda Dark, me gustaba pensar que me veían por vestirme de negro y por ser una persona estrafalaria y no por lo otro”, dice Héctor. “Antes era el fuerte y ahora era el invalido”.

En la secundaria tenía una novia llamada Anahí y un amigo llamado Erasto, con el que después comenzó a tener problemas.

“Una de las cosas que yo sentí horrible”. En tercer año lo operaron por primera vez, fue una transposición de tendones del pie para que mejorara al caminar por lo que iba con muletas a la escuela, “tuve problemas con él y una vez comenzamos a discutir y me sacó la carta fuerte”.

- ¿A sí? Pues por lo menos yo camino derecho - le dijo

“Eso me dolió horrible… afortunadamente ya íbamos a salir a receso y yo me quedé en el salón con Anahí y llore”, cuenta Héctor

“Me alimentaba de los recuerdos de lo que yo era… yo podía hacer esto, yo podía hacer aquello. Me daba nostalgia cuando veía la gente caminar”, y entonces Héctor se preguntaba “¿Cómo es que los demás caminan así sin pensarlo y yo aunque lo piense no puedo hacerlo bien?”

Jugaba básquetbol, volibol, futbol “y de repente un día me lo quitan y ya ni caminar podía, eso es lo traumático… Lo peor fue cuando al que jugaba peor de todos me ganaba… ya no podía ni siquiera botar bien un balón”.

Pero también estaba el dolor físico, “caminaba espantoso, como a las dos semanas me pusieron la férula, me lastimaba… el aparato ortopédico era muy doloroso”. Ahora ya camina mejor, en aquel entonces el músculo era muy fuerte y al jalarse lo lastimaba.

Tenían que ir al médico desde Cuernavaca hasta Aragón, “En las estaciones de la línea amarilla tenía que caminar mucho y no me gustaba ir al médico… tuve que afrontar las cosas”.

Ya en el Bachillerato, en segundo semestre lo operaron de nuevo. Esta vez le pusieron un tornillo de titanio e iba dejar de usar el aparato ortopédico. “El primero que usé fue hasta la pantorrilla, en la secundaria usé un aparato hasta la cadera y después uno más pequeño”.

Para Héctor fue difícil encontrar un equilibrio para sus sensaciones, “Hay gente que me trataba de diferentes formas”. Por un lado, había personas que lo trataban como si nada hubiera pasado, y otras siempre querían ayudarlo.

Algunas veces pensaba “Ténganme consideración, me pasó algo”, y otras veces decía “sí, pero no soy inútil”, por eso muchas veces trata de demostrarse a sí mismo, lo que puede hacer.

“Me sentía como cortado, como inválido”. Después de su novia de la secundaria pasó mucho tiempo para entablar otra relación por lo que pensaba, “La gente no quiere estar con una persona como yo… con un inválido”.

LO QUE GANAMOS


“Una vez fui al Tepozteco y quería demostrarme que podía subirlo como cualquier otra persona”, pero no pudo porque su hermana se cansó a la mitad y tuvo que acompañarla, “Me sentí mal pero mis tíos me dijeron que era un buen hermano”.

“Muchas veces uno solo ve lo que pierde y no lo que gana. A lo largo de mi vida he encontrado buenos amigos, Giselle, Marco, Arturo, Javier, Vianey, Mario”, dice Héctor mientas sonríe.

Sus planes a futuro son trabajar en la producción y escribir para una revista cultural sobre filosofía o culturas antiguas, le gustaría casarse, tener dos o tres hijos. “Me gusta la tranquilidad de Cuernavaca y del D.F la vida nocturna”.

A Héctor le gusta el cine, la literatura fantástica y las religiones, admira a personajes como Gandhi, Buda, Jesús, Krishna, Quetzalcóatl, por su rectitud y sabiduría “admito que tiene su fondo mitológico pero son históricos… también admiro a Deepak Chopra”.

- ¿Tus libros favoritos?
- Drácula, El padrino, el Silencio de los corderos.
- ¿Y películas?
- Star Wars, la trilogía clásica, el fantasma de la ópera

Con este último Héctor se identifica “le gusta la obscuridad, es intelectual, artístico, tiene su quemadura o su anormalidad del lado derecho… Dark Vader, no tiene los brazos, las piernas son mecánicas pero eso no le impide ser un personaje poderoso”.

“También al profesor Xavier de los X-Men, por estar en silla de ruedas, muy independiente de las habilidades fantasiosas, son personas fuertes seguras… Eso es algo que admiro”.

EL DESEO DE LA VIDA.

Después de años de terapias, usar férulas y la promesa de quedar bien, después de dos años la operación y nuevamente la promesa de estar bien, luego más terapias, más férulas, una nueva operación y nuevamente la promesa de estar bien. Y luego el botox.

- Me dijeron, una vez que te hallamos puesto el botox vas a volver a utilizar férula y vas a volver a venir a terapia.

Héctor finaliza diciendo: “Me cansé de que siempre me dijeron que ya voy a estar bien, sí, he mejorado bastante… pero ya no quiero vivir eso… Ya quiero hacer mi vida así, ya no quiero tener que pasar por más intervenciones, ni estar en hospitales. Así estoy bien conmigo mismo.”


Héctor Manuel

Héctor Manuel

sábado, 22 de noviembre de 2008

Ignacio Ibarrola: una vida sobre ruedas


  • “La vida es una comedia y una de las cosas más valiosas que hay, es la risa”, declara el maestro Ignacio Ibarrola, quien padece Síndrome Post-Polio
  • Con 58 años de edad, disfruta de una vida plena en compañía de su familia y sus alumnos. Relata en entrevista sus ideas, amores y tragedias

Texto y fotos: Eduardo Julián López Espinosa. eduardolespinosa@yahoo.com.mx

“Lo más importante en la vida es vivirla”, dijo el profesor Ignacio Ibarrola para sintetizar su visión del mundo. Con más de treinta años de experiencia en la enseñanza profesional del idioma inglés, es un hombre de vida común, con un trabajo, esposa e hijos; salvo por un pequeño detalle: jamás ha caminado.

A la temprana edad de nueve meses, Ignacio sufrió los estragos de la polio, virus que llegó hasta su médula espinal e inmovilizó todo su cuerpo. A partir de entonces, el destino le tuvo preparado un plan muy distinto al que sus padres imaginaron. Hoy, con 58 años de edad, Ignacio es un profundo amante de la vida.

“Tú no sales a buscar el destino, el destino te viene a buscar a ti”, manifestó en su filosofía, a la que él llama “fatalista”, mientras que, sentado en su silla de ruedas, sostenía en la mano un ejemplar de su propio método de enseñanza del idioma inglés, registrado bajo derechos de autor.

El mundo tras la ventana

Ignacio Alberto Ibarrola Calleja nació en la Ciudad de México el 7 de agosto de 1950, en el seno de una familia de clase media. Fue el menor de tres hermanos y, debido al Síndrome Post-Polio, SSP, durante sus primeros años pudo salir poco de su hogar en la colonia Centro.

Fue un niño despierto y activo, interesado por el mundo detrás de la ventana. “Mi papá me compró una enciclopedia, muy bonita. Me gustaba mucho leer. La mejor forma de viajar es leer, la mejor forma de conocer es leer; pero siempre y cuando entiendas lo que estás leyendo. Mi mundo nunca fue pequeño”, contó.

Su madre, María de la Luz Calleja de Ibarrola, fue un ama de casa entregada al hogar y a la crianza. Desde pequeño, impulsó a Ignacio para salir adelante y encarar las adversidades.

“Nunca me cobijó más de lo que debía, no me consintió, que yo me acuerde, ni me abrazó, ni me besó, ni me dijo equis cosa, nunca. Pero ella me demostró un enorme gran amor de otras muchas maneras, mucho más profundas, más reales, más verídicas”.

Fue ella quien le ayudó a soportar las dolorosas cirugías reconstructivas que se le practicaron desde temprana edad. “Mi mamá me decía ‘no llores, porque si viene la enfermera, me corre, y no quiero que te quedes solo’. Entonces ese ‘no llores’ me enseñó a aguantar, a aguantar vara: soy resistente”.

José Ibarrola Martínez, su padre, fue un hombre de trabajo duro que transitó por varios empleos: gerente de hotel, distribuidor de material eléctrico y vendedor de abarrotes. Orgulloso de su familia única, siempre los alentó a estar juntos y unidos.

“Nos ponía el ejemplo del lápiz. Agarraba un lápiz y decía: ‘miren, un lápiz solo, se rompe’. Entonces agarraba cuatro o cinco lápices: ‘cuatro lápices no, ya cuesta mucho trabajo romperlos a la vez’ ”.

Vivió en un segundo piso en la calle de Belisario Domínguez y le fue imposible bajar escaleras. Estudió siempre en casa con profesores particulares y fue un tanto autodidacta. Logró obtener sus grados de primaria, secundaria y bachillerato. Hasta la juventud, sus familiares fueron su conexión con el exterior.

La alegría de su expresión facial y la tranquilidad del tono de su voz se fraguaron desde entonces. Nunca, afirmó, se sintió o creyó minusválido. Siempre optimista, fue capaz de sacar lo bueno de lo malo, de aprender y de apreciar la vida, incluso cuando la muerte llegó a verse cercana:

“Mi hermano estaba jugando con una pistola, de niños, una de a de veras, y un primo le había regalado varias balas. Entonces el tonto le metía una y veía si era el calibre y disparaba, hasta que lo hizo con una que sí era y sí disparó, pero la pistola se hizo hacia abajo. Si hubiese salido así (en línea horizontal), me daba”.

Las mujeres de Ignacio

Desde su madre hasta su esposa, la figura femenina fue de vital importancia en la vida de Ignacio. “Amo a mis hijos y he amado mujeres, he amado durísimo, afortunadamente he sabido lo que es el amor, esa entrega plena, absoluta, maravillosa”.

La primera en la larga lista fue su madre, de quien dijo haber aprendido a ser hombre ya que, voluntaria o involuntariamente, le forjó el carácter y le quitó el miedo a muchas cosas.

La segunda, su hermana Rocío, fue su confidente y narradora de lo que sucedía afuera. Cuando Ignacio tenía 14 años, ella se casó y se fue a vivir a Veracruz. “Entonces me quedé solo, mucho muy solo, me hizo falta”.

La maestra Gabriela, de quien se enamoró platónicamente, fue otra de ellas. Cálida y capaz, le ayudó a cursar la primaria, le consiguió libros y exámenes, y le enseñó mucho sobre la vida.

Después, en su juventud, descubrió el amor romántico y el sexo. Fue una época marcada por bellas damas, con quienes disfrutó pese al obstáculo de su condición y continuó su camino de aprendizaje. Prefirió e insistió en no mencionar nombres, pues aseguró que ello podía arruinar sus recuerdos.

Ignacio encendió un cigarro mientras relató su primer beso. Fue a los 17 años, escuchando You won’t see me de The Beatles, con una joven muy bella, pero muy egoísta, caprichosa y “mula”. Un tiempo después de iniciado el noviazgo, se enteró que ella se había casado con otro.

“Y esto es lo que yo aprendí: cuando supe que se había casado con otro yo dije ‘¡bendito sea Dios, me la quité de encima!’ Me faltó valor nada más por pensar que nadie se iba a fijar en mí. Mantenía yo una relación fea, pero sólo por la necesidad y el miedo a no tener una novia”.

Se mostró apasionado y sonriente al hablar del tema femenino. “Antes que nada soy hombre y me siento orgulloso de ser hombre, y creo que la confirmación de mi hombría es la mujer. El placer más grande que he tenido, como hombre, es ver el placer reflejado en la mujer, que yo le puedo causar”.

Cuando tenía 23 años vino otra joven, una niña de 15 con mucha más experiencia. Fue una relación intensa, justo a la medida exacta de sus fantasías. Con ella aprendió a fumar y a hacer el amor. Seis meses después, ella conoció a otro muchacho y se fue. Ignacio quedó devastado. Tardó años en recuperarse.

Tras la difícil ruptura le practicaron otra cirugía, la cual requirió cerca de ocho meses en cama. “Un operación de las piernas y huesos y todo […] y pues extrañándola, tronado, en un cuarto, nada más con mi papá y mi mamá y ellos haciendo su vida. Y pues el cigarro se convirtió en mi cuate, hasta la fecha”.

Después de mucho tiempo volvió a reírse, y fue cuando se dio cuenta de que lo ha superado. Vinieron muchas otras damas a su vida, todas ellas con su capítulo en la historia. La mujer “es un potro brioso, tú no sabes para dónde va a brincar, pero es un hermosísimo potro”, expresó.

Un día, una alumna comenzó a mostrar interés en él. Se le acercó paulatinamente y, a pesar de que él se resistía a andar con una clienta, comenzaron a salir. La estudiante se convirtió en su esposa, Graciela Xoconostle Merino, con quien lleva ya más de 25 años de matrimonio.

Rodando

Ignacio carece de movilidad en ambas piernas y sólo emplea la mano izquierda. Utiliza una silla de ruedas con motor eléctrico para desplazarse, y se le ve conduciéndola de su casa en la colonia Jardín Balbuena a su academia de inglés, Just English, a diez cuadras, en la que le esperan sus alumnos.

“Yo creo que cuando mis papás vieron al hijo como una especie de trapo, gran parte de sus sufrimiento debe haber sido: ‘¡¿qué va a ser de él?! ¡¿Qué va a ser de su vida?!’ No podemos jugar a dioses, a ver el futuro […] ‘Se va a hundir, se va a sumir, se va a ahogar’… ¡no! ¡Ni me ahogué ni me morí!”.

Para él, la vida es una comedia plagada de accidentes inevitables, de circunstancias a las que hay que adaptarse para ser feliz. Cometer errores y reír, son los ingredientes indispensables. “Mi niñez, mi juventud, fueron muy bonitas. Mi momento actual es muy bonito. Yo me siento un verdadero afortunado en la vida”.

Un día, su amigo Felipe le pidió ayuda para un examen de inglés. Logró aprobarlo y se corrió la voz. Pronto, muchas otras personas comenzaron a buscarlo para tomar clase y aquello que empezó en el comedor de su casa, hoy es una pequeña escuela, con una sucursal donde sus hijas son profesoras.

Jamás estudió ningún método o pedagogía. Sólo a un profesor le debe parte de lo que sabe: “yo estaba en la casa, mi papá quiso que yo aprendiera algo y se le ocurrió contratarme un maestro de inglés. De ese maestro aprendí todo… menos inglés […] Aprendí cómo ser maestro, porque todo lo que él hacía, yo no lo hago”.

Otro afortunado accidente fueron sus hijos. Cuando él tenía la seguridad de que por su condición no podría engendrar descendencia, llegó la sorpresa: once meses después de que a su esposa le extirparon un quiste de agua en la matriz, que le produjo infertilidad por muchos años, nació Graciela Valentina, su hija mayor.

“Mucha gente te dice: ‘¡ay, es la mayor felicidad y quién sabe qué!’ ¡No es cierto! ¡Que no te vengan con cuentos! Eso no es cierto. ¡No sabe uno ni qué onda! O sea, yo veía en la incubadora a la gordita, encueradita, bonita, chupándose el dedo […] y me daba gusto verla… ¡Pero eso de que mucha felicidad, no es cierto!”.

Ignacio es un hombre al que un catarro no le aleja de cumplir con su deber, al igual que lo fue su padre. Aunque los alumnos disminuyan, sigue siendo el único proveedor de la casa. “Hay que jalar hasta que se quiebre la riata”. Sus hijos, Graciela, Diana y Juan Ignacio, ya trabajan y han comenzado sus propias vidas.

“Me da miedo que mis hijos tengan una vida fea. Sí me interesa que vivan experiencias pero, obvio, no quiero que sufran enfermedades dolorosas o grandes desilusiones: lo que a mí me hizo sufrir”.

¿Y la felicidad?… ¡Siempre!

“Un sábado medio trágico, porque casi no hubo chamba, no vino nadie, iba yo rumbo a la casa y en un momento me detuve y prendí un cigarro y dije ‘¡qué bruto, qué padre! ¡Qué increíble! ¡Ya no tengo que quedar bien con nadie! ¡Ya no tengo que fingir con nadie ni actuar con nadie! En ese momento me sentí libre, ¡libre!”.

Ignacio tiene una filosofía que, al parecer, le sienta muy bien. No teme a la muerte, no padece enfermedades degenerativas, no cree en Dios ni en la amistad, no cambiaría nada de su vida y no piensa dejar de fumar. Su padre, quien jamás prendió un cigarro, murió de enfisema pulmonar por aspirar detergente en la tienda.

“La madrugada en que murió, lo veía yo, ya muerto, y estaba durmiendo. ¡Parecía un gran bebé dormido! Con un sueño profundo, una paz increíble, magnífica. Es la palabra exacta: ‘magnífica’. La muerte no es fea, la muerte es buena”.

Señaló al temor a la vida como la peor cosa que pueda haber en una persona. La indolencia, la indiferencia, la apatía, la cerrazón y el dogmatismo son sus irritantes. Le preocupa la soledad en la que vive el hombre moderno y la desorientación de los jóvenes, que no se aceptan a sí mimos y pretenden ser otras personas.

Como profesor, dijo que procura tratar a sus alumnos humanamente y se interesa por que aprendan lo más que se pueda. Hablarles en inglés desde la primera clase, como muchos maestros lo hacen, es a su criterio la mejor manera de confundirlos. Cree que para enseñar hay que saber y jamás burlarse de un alumno.

“En especial los mexicanos somos muy dados a inclinarnos hacia la persona que le creemos o le sabemos una debilidad, una desventaja, una minusvalía. Somos muy dados a pobretear […] Muchas personas que me conocen encuentran cierta simpatía en mí, por el hecho de que me encuentran aminorado”.

Considera a la compasión como una actitud, más que respetuosa, discriminatoria. Si platicase ahora con un niño que acabara de contraer la polio, no le aconsejaría ni le diría nada, ya que primero, dice, debe de aprender a vivir. El éxito, declaró, es aceptarse a sí mismo y tener congruencia entre lo que se piensa y lo que se hace.

“Si mañana puedo volver a besar unos labios, los voy a besar. Y si mañana puedo volver a tocar un cuerpo, lo toco. Y si mañana puedo tratar de ser muy feliz, lo voy a intentar; porque a lo mejor mañana es el último mañana. Entonces nada de que ‘¡ay no!’, cuidarse para los gusanos, no, ¡mejor para las manos!”.

Ignacio rió y apagó su cigarro.

Fuentes pasivas:

Vistrain Díaz, Sergio Augusto, “Panorama estadístico de la polio y el síndrome post-polio” [en línea]. Artículo de la Organización Mexicana para el Conocimiento de los Efectos Tardíos de la Polio, A. C., México, 2007. Dirección URL:

http://www.postpoliomexico.org/PolioYSppEnMexico.pdf [CONSULTADO 06/11/08, 03:50 hrs.]

“La poliomielitis. Datos y Cifras”, [en línea]. Artículo de la Organización Mundial de la Salud. Dirección URL: http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs114/es/. [consultado 06/11/08, 03:25 hrs.]

“La poliomielitis. Los últimos días que arruinó la vida de miles de niños”, [en línea]. Artículo de Fundación Planeta Sedna. Dirección URL: http://www.portalplanetasedna.com.ar/polio.htm [consultado 06/11/08, 04:00 hrs.]

“Vacuna antipoliomielítica. Lo que usted debe de saber”, [en línea]. Artículo. Dirección URL: http://www.immunize.org/vis/sp_pol00.pdf. [consultado 07/11/08, 03:00 hrs.]

Celebran Muertos en Las Islas


  • Ciudad Universitaria revivió la tradición de Día de Muertos con ofrendas, baile, música y comida durante 5 días.
  • Influencias del Halloween se confundieron con las tradiciones la noche del 31 de octubre.

Texto y fotos: Eduardo Julián López Espinosa. eduardolespinosa@yahoo.com.mx

La celebración mexicana a los muertos y Halloween se entremezclaron durante el XI Festival Universitario de Día de Muertos Megaofrenda 2008, realizado el 29 de octubre al 2 de noviembre en el campo Las Islas, frente a la Rectoría, de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM.

Participaron facultades y dependencias de la institución, así como colegios particulares, en la monta de más de 65 ofrendas que cubrieron una extensión de 12 mil metros cuadrados. La temática de este año fue el décimo aniversario luctuoso del escritor mexicano Octavio Paz, premio Nobel de literatura en 1990.

“El Día de Muertos sí tiene una tradición en México que ha sido ancestral, porque desde las culturas más antiguas lo festejaban [...] El Halloween es algo que ha venido de Estados Unidos y no tiene tanta profundidad”, opinó Beatriz Pedraza Servín, estudiante de la Facultad de Psicología.

Como elemento común, la mayoría de las ofrendas exhibieron el retrato de Octavio Paz y de otros escritores, así como formas laberínticas en alusión a su famoso ensayo “El laberinto de la soledad”. Incluso algunos edificaron pequeños laberintos con mesas y flores entre los que la gente podía pasear.

Sobresalieron por su belleza, tradición y originalidad las montas de la Escuela Nacional de Enfermería y Obstetricia, ENEO, la de la Facultad de Ingeniería, FI, del Taller Infantil de Artes Plásticas, del Instituto Andersen, el Colegio Partenón y el CCH Azcapotzalco.

Gerardo José Rosas, director artístico de la Compañía Nacional de Danza Folclórica She-Ve-U, quien participó también en las ofrendas, expresó: “he notado que algunas ofrendas que están puestas aquí hay cosas de Halloween que no tienen nada que ver con día de muertos”.

Esta segunda fiesta, introducida a México a través de las películas y la cultura estadounidenses, data de una antigua tradición del pueblo Celta, para quienes la noche del 31 de octubre era el fin del año. En ella se ofrendaba a Saman, dios de la muerte, para evitar que liberase a los espíritus malignos en la Tierra.

Una de las más controvertidas exposiciones fue la del grupo de Anime, Cómic y Manga de la Facultad de Filosofía y Letras, FFyL, que exhibía un pequeño cementerio con cruces, en las que se hallaban fotos e ilustraciones de superhéroes y personajes de historietas que murieron en sus tramas.

“Unas (ofrendas) están muy bonitas, pero hay otras que pusieron personajes de caricaturas y cosas estúpidas y a Octavio Paz en el medio, eso me parece un insulto”, manifestó Ana Magdalena Ordóñez Kreukshaing, estudiante de primer año de la Facultad de Medicina.

Otra monta que llamó la atención, fue la carpa instalada por el colectivo Udiversidad en defensa de la diversidad sexual, de la Facultad de Ingeniería. En ella que se colocaron fotografías de difuntos poetas y literatos mexicanos famosos, que se sabe fueron homosexuales.

Rubén Durán Torres, miembro de esta asociación, señaló que su propósito fue “hacer ver que los homosexuales existen, que inclusive pueden ser grandes personas, que pueden tener grandes talentos”. Denunció las muertes por crímenes de homofobia y la discriminación a la comunidad gay en la UNAM.

Hacia las 9 de la noche, cientos de visitantes, en su mayoría estudiantes, se arremolinaron en torno a las ollas de chocolate caliente, café, pozole, pancita y demás antojitos, para calentarse un poco debido al intenso frío. Se vendían desde playeras estampadas con la Catrina de Posada, hasta varitas luminosas.

En los alrededores a la muestra de ofrendas se instalaron carpas y pequeños foros en donde se presentaron músicos, bailes, recitales de poesía y artistas diversos para entretener a los visitantes y ofrecerles una muestra del folclore mexicano. Hubo también proyecciones de películas clásicas de terror.

Graciela González García y su familia, vecinos de la colonia Copilco, aprovecharon la ocasión para dar un paseo por la muestra en compañía de sus cinco hijos, quienes portaban disfraces de diablos, vampiros y brujas para pedir la popular “calaverita”.

“Que en Estados Unidos nos disfracemos y aquí es convivir las cosas de los que ya se hayan ido”, fueron las palabras de Gustavo Rodríguez González, de 8 años de edad, para expresar la diferencia entre Halloween y Día de Muertos. Señaló que su disfraz de momia correspondía a esta segunda festividad.

Fuentes pasivas:

Ankenberg, John y John Weldon, La verdad sobre el Halloween, España, Centros de Literatura Crist, 2004.

Romero, Laura, “…Muerte, una palabra que el mexicano acaricia…”, Gaceta UNAM, México, 30 de octubre del 2008, p. 5.